De todas formas se pensó que el arsenal de sustancias antibióticas era tan grande, que no había que preocuparse en demasía. Si aparecía una bacteria resistente a la penicilina (antibiótico que actúa inhibiendo la síntesis de la pared celular) se utilizaba estreptomicina (inhibe la traducción de proteínas) y problema resuelto. Lo malo es que la evolución no descansa, así que aparecieron los microorganismos multirresistentes o "Superbichos" (superbugs). Y el arsenal de antibióticos comenzó a quedarse corto. De hecho, la mayor parte de los antibióticos que usamos actualmente fueron desarrollados en los años 60. Hubo que esperar al comienzo de esta década para que se aprobaran dos nuevos tipos de antibióticos.
Un artículo de la revista Nature nos habla del descubrimiento de un nuevo tipo de sustancia antibiótica: la Platensimicina. Lo interesante de esta sustancia es que es capaz de eliminar cepas de Staphylococus aureus resistente a Meticilina y también a las bacterias resistentes a la Vancomicina. Y eso es importante porque la Meticillina y la Vancomicina son la "última línea de defensa" en cuestión de antibióticos. Si uno tiene la desgracia de tener una infección grave con esos "superbichos" puede empezar a hacer testamento.
La Platensimicina actúa de forma distinta a otros antibióticos. Inhibe a la enzima FabF responsable de la síntesis de los ácidos grasos. Y sin ácidos grasos no se pueden construir membranas biológicas, con lo que el microorganismo muere. La Platensimicina se parece en su mecanismo de actuación a los antibióticos Triclosan e Isoniazida, pero estos últimos no son tan efectivos contra los "superbichos".
El antibiótico ha sido descubierto por un grupo de la compañía Merck utilizando la tradicional técnica de ensayos de extractos ambientales sobre céspedes de Staphylococcus aureus pero con una interesante variación. Las bacterias usadas contenían un RNA inhibidor que causaba un descenso en la cantidad de enzima FabF. Así, las bacterias eran mucho más sensibles a la inhibición de FabF y con ello se aumentaba la sensibilidad del test. De esta forma se encontraron unas 250.000 nuevas muestras que producían dicha inhibición. En una de ellas se aisló a Streptomyces platensis una bacteria habitante de un suelo de Sudáfrica que produce la Platensimicina.
Pero ahora vienen las malas noticias. La Platensimicina es un antibiótico recién descubierto que todavía tiene que recorrer un largo camino hasta llegar a ser medicamento. Por ahora ha sido probada en ratones y en ellos se ha encontrado que debe de ser constantemente administrada para que sea efectiva. Es decir, es muy inestable en el organismo. Mediante diversas técnicas químicas puede aumentarse su estabilidad, pero también puede que se encuentren efectos secundarios adversos o toxicidad.
Y eso es solo el comienzo. Le quedan entre un mínimo de 8 a 10 años de diversas y costosas pruebas clínicas antes de que sea aprobado su uso en humanos por la FDA. Los cálculos más recientes dan una media de unos 800 millones de dólares gastados para poner un medicamento cualquiera en el mercado. Y caso de ser aprobado, la Platensimicina sería un fármaco con muy poco mercado porque sería utilizado como antibiótico de "ultima línea de defensa". Si se utilizase como cualquier otro antibiótico enseguida aparecerían microorganismos resistentes con lo que dejaría de ser útil. De hecho un gran número de compañías farmacéuticas han reducido o cancelado sus programas de investigación de antibióticos debido a lo costosos que son y al poco beneficio económico que puede obtenerse de ellos.
En el caso de Merck parece que se lo están pensando. En un mundo ideal, los seres humanos seriamos muy buenas personas y actuaríamos desinteresadamente (ya puestos, en un mundo ideal no habría enfermedades). Pero en el mundo real, las compañías y sus investigadores han invertido tiempo, esfuerzo y dinero en desarrollar un medicamento que suponen les va a reportar beneficios. Y si no ven beneficios futuros, no hay inversión monetaria; y sin inversión, no hay proyectos de investigación. De todas formas, las compañías no han sido las únicas en quejarse de los altos costes de desarrollo de un medicamento. El año pasado, la Sociedad Americana para las Enfermedades Infecciosas pidió a la FDA que rebaje un poco sus exigencias para que sea más sencillo, rápido y económico aprobar este tipo de medicamentos. También solicitaron que el Estado trabajase en cooperación con las compañías y concediese una rebaja de impuestos a las que se dediquen a dichas investigaciones. En el fondo todo consiste en contestar a la eterna pregunta: "Y esto ¿quién lo va a pagar?".
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