Dejando aparte la polémica sobre los efectos sociales y políticos, la idea tiene un pequeño "pero", en este planeta la tierra firme solo representa una cuarta parte de la superficie total. El resto es agua marina, y en los océanos no se puede plantar árboles.
¿O sí? Una de las estrategias ideadas para combatir la acumulación de CO2 en la atmósfera era la conocida como biofertilización marina. La idea es bastante simple: El CO2 atmosférico se disuelve en los océanos. Allí son los microorganismos, principalmente los fotosintéticos, los que capturan el CO2 y lo incorporan a su metabolismo. Si se estimula el incremento de población de estos microorganismos, habrá más CO2 capturado y menos CO2 atmosférico. La cuestión entonces es la siguiente ¿Cómo estimular dicho crecimiento?
El crecimiento de los microorganismos fotosintéticos marinos se ve limitado por la carencia de un bioelemento en concreto. Es lo que en ecología se conoce como un factor limitante. En el mar hay carbono y nitrógeno en abundancia (en forma de CO2 y N2 disueltos), y por supuesto también azufre y fósforo en forma de sales. Sin embargo hay muy poco hierro. Así que alguien pensó que si se añadía hierro al mar, habría crecimiento de microorganismos, estos capturarían el CO2 y se resolvería el problema.
En el laboratorio la idea funciona. Y lógicamente lo siguiente fue realizar ensayos en la Naturaleza. Eso significa ir al mar y allí añadir hierro. Pero claro esto no consiste en coger un botecito de sales de hierro y añadirlo en la playa. Consiste en botar tres cargueros con unas cuantas toneladas de sales de hierro, ir a una zona determinada de los océanos y allí ir descargando gradualmente el hierro. La forma de monitorizar si hay crecimiento de microorganismos se realiza mediante análisis por satélites.
Los primeros ensayos fueron prometedores, pues las poblaciones de fitoplacton se incrementaban de manera explosiva. Y esto animó a la creación de empresas cuyo objetivo sería la fertilización marina con vistas a la venta de permisos de emisión de CO2.
Pero enseguida empezaron los problemas. La toma de CO2 por parte de dichos microorganismos era mucho menor de lo esperado. Además, nadie sabía exactamente como afectaría a los ecosistemas marinos el hecho de que los niveles de fitoplacton se incrementasen a unos niveles tan elevados. Se temía una especie de efecto boomerang en el que se incrementara la emisión de gases de efecto invernadero o que se provocara situaciones de hipoxia en el mar. En el año 2007 hubo una reunión internacional de la llamada Convención de Londres, encargada del seguimiento de la contaminación de los mares, en la que se solicitó que dichos experimentos no continuaran hasta que hubiera una mayor información de sus efectos.
El caso es que una de esas empresas que iban a fertilizar los océanos ha decidido cerrar el chiringuito. Se trata de la empresa estadounidense Planktos. Esta empresa tenía decidido comenzar un experimento de biofertilización cerca de las Canarias, pero se le negó el permiso. Así que el barco fue desviado a Madeira donde estuvo un tiempo mientras los directivos de la compañía buscaban una alternativa y sobre todo, más dinero. Pero al no conseguirlo han tenido que echar el ancla definitivamente. Aunque hay otras compañías (ONC y Climos) que no han abandonado la idea de la biofertilización marina por ahora no parece que vayan a realizar ningún nuevo intento hasta el 2009.