Alice Catherine Evans. (Fuente)
Una de las formas más saludables de empezar el día es tomando un vaso de leche, sea esta entera, semidesnatada o desnatada. Sin embargo, esa acción que ahora nos parece tan trivial, no hace mucho tiempo era una forma de contraer una enfermedad que nuestras abuelas conocían como fiebres de Malta. Fue gracias al trabajo de una mujer que ya no es así.
Durante la Guerra de Crimea (1853-1856), la isla de Malta sirvió como base logística del Ejército Británico. En ese tiempo coincidieron en la pequeña isla mediterránea un gran número de tropas junto con una gran cantidad de reses destinadas a alimentarles. Y allí los médicos militares ingleses comenzaron a describir unas fiebres ondulantes, pues se manifestaban periódicamente, acompañadas de dolor muscular. Algunos síntomas recordaban a la malaria y otros a las fiebres tifoideas. Pero como no era ninguna de las dos, la enfermedad recibió su propio nombre: Fiebres de Malta o Fiebres Mediterráneas. Lo peor es que dicha patología comenzó a ser identificada tanto en otros puertos donde la Royal Navy atracaba con sus barcos como en lugares del interior de los continentes. Al cabo de poco tiempo, la enfermedad se había extendido por todas partes.
En 1883 llegó a la isla un capitán médico llamado
David Bruce. En dos años había conseguido identificar al patógeno al que bautizó como
Micrococcus melitensis. Un poco después, en 1897, y de forma paralela, el veterinario danés
Bernhard Lauritz Frederik Bang había aislado una bacteria en el exudado uterino de una vaca afectada por una enfermedad contagiosa que provocaba perdida en la producción de leche y abortos en el ganado. La bautizó como
Abortus bacillus, pero el nombre le fue cambiado a
Bacillus abortus. La enfermedad que producía en el ganado se conoció como la enfermedad de Bang. Como veremos más adelante, Bruce y Bang habían estado trabajando con bacterias muy similares, sin saberlo. Entre los años 1904 y 1905, Robert Bruce presidió la llamada Comisión para la Fiebre Mediterránea, que consiguió identificar a las cabras como reservorios de la bacteria patógena. Uno de sus miembros, el médico maltés Themistocles Zammit, fue el que encontró que los humanos podían adquirir la enfermedad al consumir leche o queso fresco proveniente de cabras infectadas.
David Bruce, Bernhard L.F. Bang y Temistocles Zammit. (Fuente de las imágenes: Bruce y Bang de la Wikipedia y Zammit de Muticaria)
Al mismo tiempo que dicha comisión publicaba sus trabajos sobre la forma de transmisión de las fiebres de Malta, una joven norteamericana de 25 años iniciaba sus estudios para conseguir el Grado de Ciencias (Bachelor Science) en la Universidad de Cornell, en Nueva York. Había nacido en 1881 en una granja de Pennsylvania. En 1901 consiguió trabajo como maestra rural. Cuatro años después asistió a un curso gratuito de la Universidad de Cornell. El objetivo del curso era enseñar a los profesores los avances en Ciencias Naturales para que así ellos transmitieran esos conocimientos a los alumnos de las áreas rurales. Por sus excelentes aptitudes consiguió una beca que le permitiría sufragarse sus estudios de grado en esa Universidad. En 1909 fue la primera mujer en graduarse como especialista en Bacteriología. Un año después también consiguió ser la primera mujer en conseguir una beca de estudios de la Universidad de Wisconsin para realizar los estudios para el título de Máster en Ciencias. Esa joven se llamaba Alice Catherine Evans.
Una vez acabados sus estudios en 1910, Alice Evans tuvo que tomar una decisión. O realizaba un doctorado o comenzaba a trabajar para ganarse la vida. Como no tenía suficiente dinero, la primera opción quedó descartada y optó a un puesto en el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) dentro de la División dedicada a los productos lácteos frescos. En su solicitud simplemente indicó que se llamaba «A. Evans». Ella recordó que cuando se incorporó a su puesto, los funcionarios del USDA casi se caen de las sillas pues no pensaron que «A. Evans» fuera una mujer.
Afortunadamente sus compañeros de laboratorio no tenían los prejuicios de los burócratas y Alice Evans fue aceptada sin más. Tres años después se convirtió en la primera mujer en obtener un contrato fijo en el USDA. Su labor era realizar análisis bacteriológicos de la leche y quesos. En esos años se pensaba que la leche y los derivados lácteos eran mucho más nutritivos cuanto más frescos y menos manipulación hubieran sufrido. Sus resultados mostraban algo muy distinto. La leche fresca estaba llena de microorganismos provenientes de las ubres de las vacas. Además, los abortos causados por la enfermedad de Bang hacían estragos entre las cabañas ganaderas estadounidenses. No es de extrañar que el USDA pusiera bajo su punto de mira a la bacteria causante de dicho mal. Adolph Eichorn, jefe de la División de Patología fue el que llamó la atención de Alice hacia los trabajos de Bruce, Zammit y Bang. Siguiendo su estela, Evans consiguió demostrar en 1917 que el consumo de leche fresca de vacas infectadas podía transmitir la bacteria Bacillus abortus y causar las fiebres de Malta en humanos. Era la primera vez que se demostraba que una misma bacteria podía causar enfermedades distintas en humanos y en animales y por ello su descubrimiento fue recibido con mucho escepticismo. Por fortuna, poco a poco otros investigadores encontraron evidencias que apoyaban dicho resultado. Muchos de ellos se dieron cuenta que enfermedades diagnosticadas como paludismo o como gripe eran en realidad casos de fiebre de Malta.
Alice Evans fue una de los varios investigadores que durante esos años consiguieron demostrar que Micrococcus melitensis, la bacteria aislada por Bruce, era muy similar a Bacillus abortus, el microbio encontrado por Bang. En sus memorias recoge que la única diferencia entre ambas es que el primero había dicho que la bacteria tenía forma esférica y el segundo que la forma era bacilar. Pero en lo demás, ambas bacterias eran totalmente idénticas. Por ello los microbiólogos decidieron rebautizar al género, aunque se siguieron reconociendo dos especies distintas. Como Robert Bruce fue el primero en aislar al patógeno, en su honor el género se denominó Brucella. Y las dos especies quedaron como Brucella melitensis y Brucella abortus. De paso, también se cambió el nombre de la enfermedad que pasó a llamarse Brucelosis. Como suele suceder en la investigación científica, una vez sabes lo que buscas es más fácil encontrarlo. Así que fueron numerosos los veterinarios que comenzaron a aislar al patógeno en las diversas cabañas ganaderas afectadas con abortos contagiosos. En los Estados Unidos se encontró una nueva especie de bacteria que afectaba a los cerdos y por ello se la bautizó como Brucella suis. Dicha bacteria además de infectar al ganado doméstico, también se aislaba en bisontes, alces y renos.
Microfotografía electrónica de Brucella. (Fuente: UNED)
En 1918 Alice Evans consiguió un puesto en el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos. Allí trabajó en la pandemia de la llamada gripe española, pero no abandonó su trabajo con Brucella. Comprobó que la pasteurización de la leche conseguía destruir al patógeno sin alterar sustancialmente sus propiedades nutritivas. Así que recomendó que se utilizase el proceso de pasteurización tanto para la venta de leche como para la elaboración de quesos, pues de esa forma se evitarían numerosos casos de fiebres de Malta. Sin embargo, sus trabajos no fueron tomados en serio por sus colegas. Principalmente por dos motivos: era una mujer y no había conseguido realizar un doctorado. No fueron los únicos que no le hicieron caso. Se cuenta que una vez fue a dar una charla de sus descubrimientos a un grupo de trabajadores de industrias lácteas y que estos se rieron de ella. Incluso la acusaron de estar a sueldo de las compañías que vendían maquinaria para pasteurizar la leche.
Alice Evans no se desanimó. Tardó trece años en convencer a médicos, funcionarios de Salud Pública, veterinarios y granjeros, de que la pasteurización era un método fundamental en la estrategia de evitar la expansión de la enfermedad. Y lo hizo de manera muy inteligente. En primer lugar convenció a sus colegas científicos y posteriormente a los demás. No tenía un doctorado, pero tenía algo mejor. Sus experimentos eran irrefutables, así que en 1925 fue nombrada miembro del Comité que debía estudiar el aborto infeccioso en el ganado. Su nombramiento no sentó bien a algunos de sus colegas. El microbiólogo Theobald Smith, que también había contribuido al descubrimiento de que Brucella puede encontrarse en la leche fresca, dimitió de la presidencia de dicha comisión al enterarse de que Alice Evans sería uno de sus miembros. No fue el único hecho desafortunado que sufrió. En ese mismo año, Alice Evans contrajo la brucelosis, y padeció sus efectos debilitadores durante veinte años. Sorprendentemente, hubo muchos de sus detractores que la acusaron de que la enfermedad que padecía era imaginaria y que lo único que pretendía era llamar la atención.
En 1928, fue nombrada presidenta de la Sociedad Americana de Bacteriólogos (la actual Sociedad Americana de Microbiología o ASM). Era la primera vez que una mujer ocupaba dicho puesto. Su importante logro se vio empañado por el hecho de que no estaba presente en la reunión en la que se la nombró para dicho puesto. Estaba guardando cama debido a un episodio febril de la brucelosis que padecía. Con gran sentido del humor, Alice Evans dijo que - estos bichos me odian - por haberles descubierto y que le habían jugado una mala pasada.
Alice Catherine Evans en el día de su graduación. (Fuente: R: Colwell)
Pero a pesar de las dificultades su ingente esfuerzo acabó dando sus frutos. En 1930, fue elegida como una de los dos delegados estadounidenses enviados al Primer Congreso Internacional de Microbiología celebrado en Paris. En dicho congreso sólo hubo dos mujeres, ella y la científica
Lydia Rabinovich-Kempner. Además, ese mismo año el USDA publicó una normativa en la que obligaba a las industrias lácteas a realizar la pasteurización de la leche en la elaboración de sus productos. Tras la implantación de dicha medida, la incidencia de las fiebres de Malta en la población descendió significativamente. Adicionalmente su trabajo permitió desarrollar unos protocolos de actuación para tratar a las cabañas ganaderas y evitar las infecciones por
Brucella. Es a partir de entonces que las explotaciones ganaderas están obligadas a tener suelos de cemento, poseer maquinaria construida con acero inoxidable y mantener unos estándares sanitarios mínimos. De esta forma se evitaron grandes pérdidas económicas al disminuir espectacularmente el número de abortos en los animales y el decrecimiento en la producción de leche.
Esta vez el reconocimiento a Alice Evans no llegó tarde. En 1934, el Colegio Médico de Pennsylvania le concedió una licenciatura honoraria. En 1936 volvió a repetir como delegada estadounidense en el Segundo Congreso Internacional de Microbiología en Londres y fue nombrada Doctor Honoris Causa por el Wilson College de Pennsylvania y por su Alma Mater, la Universidad de Wisconsin. Este último título no debe de extrañarnos en absoluto si pensamos que Wisconsin es el estado de la Unión con el mayor número de queserías. Entre los años 1945 y 1957 fue presidenta honoraria del Comité Inter-Americano para la Brucelosis. La Brucella no fue el único patógeno que estudio Alice Evans. A lo largo de su vida científica trabajó también desarrollando un suero para tratar la meningitis epidémica, la parálisis infantil, la enfermedad del sueño y las infecciones causadas por estreptococos. Aunque se retiró del trabajo activo de laboratorio en 1945, Alice Evans continuó trabajando impartiendo conferencias por todo Estados Unidos para animar a las mujeres a iniciar y seguir carreras científicas. Tampoco dejo de ser una luchadora. En el año 1966, con 85 años de edad, protestó porque el formulario del Medicare preguntaba al solicitante de ayudas sociales si había pertenecido al partido comunista. Al año siguiente el Departamento de Justicia reconoció que esa pregunta era inconstitucional y la retiró de los formularios. No es de extrañar que se autodefiniera como una ágil octogenaria.
Alice Catherine Evans murió el 5 de septiembre de 1975 en Alexandria Virginia a los 94 años de edad. En 1983 la ASM estableció los premios que llevan su nombre. Aunque el mejor homenaje que se le puede hacer es pensar en ella la próxima vez que tome un vaso de leche o coma un pedazo de queso fresco.
Feliz día de la mujer trabajadora
Esta entrada participa en el
II Carnaval de la Biología organizado por el blog "La muerte de un ácaro"
Colwell, Rita. (1999). Alice C. Evans: Breaking Barriers. Yale Journal of Biology and Medicine, 72 (5), 349-356
Wyatt, H. (2005). How Themistocles Zammit found Malta Fever (brucellosis) to be transmitted by the milk of goats Journal of the Royal Society of Medicine, 98 (10), 451-454 DOI: 10.1258/jrsm.98.10.451