En el año 1725, el médico francés Antoine Deidier describió algo muy curioso: los pacientes que sufrían de sífilis padecían de menos tumores cancerígenos que el resto de la población. En ese tiempo se desconocía que la sífilis era causada por una infección bacteriana, así que se especuló con que dicho efecto antitumoral era debido a la fiebre que padecían los enfermos de sífilis. En 1868, el médico alemán Wilhem Busch fue un paso más allá. Uno de sus pacientes era una mujer de 19 años que padecía de un sarcoma en el cuello con un tamaño considerable («como la cabeza de un niño», según la descripción de la época). Lo que hizo fue realizar una pequeña quemadura en la base del sarcoma y luego aplicar las vendas de un paciente que padecía erisipela. En esas fechas se sabía que esa enfermedad era contagiosa, aunque no se sabía que era debida a la infección de una bacteria conocida como Streptococcus pyogenes. La paciente desarrolló el cuadro clínico típico de la erisipela, una erupción cutánea y una fiebre de 40º C. En un par de semanas el tumor se redujo al tamaño de «una pequeña manzana». Sin embargo, la infección fue empeorando y tuvo que ser tratada de ella, por lo que, una vez curada la erisipela, el tumor volvió a crecer.
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